Desde que a finales de 2017 se inauguró el Museo Íbero de Jaén, tenía en mente esta visita, atraído especialmente por las publicaciones que celebraban su apertura con adjetivos como excepcional, brillante o indispensable. Finalmente, pude agendarla a principios de noviembre de 2025, como parte de una ruta que había preparado previamente para acercarme a la religiosidad del pueblo íbero.

Entrada al Museo íbero de Jaén.

Como había previsto visitar todos los lugares en un corto día de otoño, debía comenzar pronto. A las nueve en punto estaba en la puerta de este magnífico edificio de 11.000 m². La entrada es gratuita y la visita se distribuye en cuatro apartados, apadrinados por cuatro personajes de la sociedad íbera: la dama, el príncipe, el héroe y la diosa. Decir que la visita es decepcionante puede resultar excesivo, pero sin duda esperaba mucho más, aunque pude apreciar algunos de los exvotos hallados en los distintos santuarios íberos de la provincia de Jaén, antes de dirigirme al siguiente destino de la ruta.


Cástulo

En poco más de media hora me presenté en el Conjunto Arqueológico de Cástulo, muy cercano a Linares. Tras las primeras explicaciones de los responsables del yacimiento y comenzar a recorrerlo a pie, tomé conciencia de las enormes dimensiones de aquel lugar y de las notables posibilidades de ampliar su conocimiento a través de nuevas campañas, ya que la zona excavada es mínima respecto al total. Unas 3.200 ha están bajo protección, de las cuales solo 50 ha pertenecían a la zona urbana; el resto correspondía a numerosas necrópolis, diversas zonas industriales, suelo agrícola y el último puerto navegable del río Guadalquivir, en este caso en su afluente Guadalimar.

La zona estuvo habitada de forma permanente desde el siglo VIII a. n. e., aunque existen signos de ocupaciones anteriores. Es conocido el contacto con los fenicios, demostrable a través del hallazgo de pavimentos de tradición oriental, y con los griegos, de los que se han hallado numerosas cerámicas. Tras el periodo orientalizante se gestó la sociedad íbera de los oretanos y, a partir del siglo IV a. n. e., se produjo un notable desarrollo económico, social y político. Posteriormente llegarían los cartagineses, con el matrimonio entre Aníbal e Imilce, hija de un notable de la ciudad de Cástulo, y más tarde los romanos. El lugar se convirtió en protagonista de la Segunda Guerra Púnica.

Lo que más me interesaba era conocer los vestigios del periodo oretano, aunque, desafortunadamente, solo han quedado restos de una muralla y la base de una de las torres defensivas. Durante el periodo íbero, Cástulo no era el enorme secarral que es hoy en día; los análisis paleoclimáticos nos revelan un territorio mucho más fértil, con abundante agua y un río que permitía la navegación. Muy próximo a numerosos centros de explotaciones metalíferas, este hecho fue, sin duda, el germen de la llegada de cartagineses y romanos. Cástulo lo tenía todo: metales cercanos y vías de comunicación tanto terrestres como fluviales para exportar oro, bronce y, sobre todo, plata al Mediterráneo. En definitiva, se convirtió en un “centro logístico” de referencia en el sureste de la península ibérica.

Supuesto símbolo de la ciudad prerromana de Cástulo

La ciudad oretana de Cástulo fue muy importante, aunque hablar de capitalidad es contraproducente, ya que no conocemos con claridad el sistema político de los íberos. Además, los hallazgos recientes al otro lado de Sierra Morena, en el yacimiento conocido como Cerro de las Cabezas, también de tradición oretana, han abierto nuevos interrogantes sobre la posible ubicación de la capital de los oretanos. No obstante, la importancia de Cástulo queda sobradamente demostrada al ser el lugar donde se acuñaban las monedas oretanas. Un león alado con cabeza de mujer en el reverso de estas monedas debió de ser el símbolo de la ciudad, una imagen que nos recuerda el poso cultural que dejaron los pueblos orientales en los íberos.

Tampoco encontraremos muchas evidencias de la religiosidad del pueblo oretano: en la ciudad no se ha localizado ningún templo ni santuario. Sí han aparecido, en cambio, algunos exvotos, entre ellos uno de bronce que representa a la diosa fenicia Astarté, muy acorde con algunas de las características que conocemos sobre la religión íbera.


Sobre la religiosidad íbera.

Al hablar de “religión íbera” podemos cometer un error debido a la heterogeneidad del concepto, ya que existen importantes diferencias entre la religiosidad de las distintas zonas geográficas que conformaron el mundo íbero. A ello se suma la falta de fuentes escritas o, mejor dicho, el hecho de no disponer aún de la clave para descifrar la lengua íbera, lo que nos obliga a recurrir a otras fuentes, como la iconografía o la relación de los espacios religiosos con el paisaje.

Panteón íbero

Al igual que el propio origen de la cultura íbera, su religiosidad presenta un elevado componente de sincretismo, adaptando conceptos religiosos de otras culturas del Mediterráneo, especialmente de fenicios y griegos. En lo más alto del panteón encontramos una doble figura: una diosa y un dios.

De nuevo, ante la falta de fuentes escritas, surgen las dudas: ¿la Dama de Elche o la Dama de Baza representan a una diosa o no? Lo cierto es que se trata de una figura femenina con función religiosa, ya sea una diosa íbera, una sacerdotisa o una dama de la alta sociedad. Es un concepto religioso muy generalista: madre naturaleza, diosa de la fecundidad, protectora de la agricultura; es decir, la Astarté fenicia o la Deméter griega. Una forma de creencia que hunde sus raíces en la propia prehistoria o incluso en nuestro origen como especie; las venus paleolíticas son las primeras muestras palpables. Posteriormente, incluso el cristianismo adoptó este arquetipo en la figura de la madre del “elegido”.

Junto a la figura femenina encontramos una masculina, el líder dirigente: el Melkart fenicio, conductor de sus naves, o el Heracles griego, hijo del dios supremo Zeus. En el caso de los íberos aparece como un joven guerrero que se enfrenta a animales mitológicos.

Espacios religiosos

Dentro de los centros urbanos se encuentran templos y santuarios; en el caso de Cástulo no se ha hallado, por el momento, ninguno. No ocurre lo mismo en otros lugares, como el templo de Tossal de Sant Miquel, en territorio edetano, o el situado en la acrópolis de Ullastret, supuesta capital de los indigetes. Además, en numerosas viviendas se han documentado pequeños templetes o espacios destinados a la religiosidad privada.

En las zonas rurales son habituales las construcciones o la utilización de cuevas, ubicadas en espacios con un alto valor simbólico y ecológico: cerca de acuíferos, en formaciones rocosas destacadas, junto a vías de comunicación, etc.

Cueva de los muñecos

Los exvotos

Aunque se han localizado en otros espacios geográficos de forma más testimonial, estamos ante la principal característica del espacio religioso de los oretanos.

Son figurillas de tamaño muy variado, desde 4–5 cm hasta unos 25 cm. Están elaboradas en diferentes materiales, como oro, plata o bronce —es decir, “el medallero completo”—, así como en piedra o barro cocido. La técnica es muy variable: desde figuras toscas, difíciles incluso de reconocer, hasta piezas muy elaboradas de fabricación artesanal. También existe constancia de talleres especializados y del uso de moldes para su producción en serie.

Diversos exvotos de la provincia de Jaén. Museo íbero.

Las figuras representadas son casi infinitas: sacerdotes, sacerdotisas, guerreros, orantes, animales, partes del cuerpo humano. Cada una debía tener su propia particularidad y cometido. Eran ofrecidas a los dioses a cambio de peticiones muy concretas: ganar una batalla, que un guerrero regresara a casa, sanar un pie o una muela, o tener un hijo.


Collado de los Jardines

Tras la visita a Cástulo y un rápido tentempié, me dirigí al siguiente destino. El lugar es conocido como Collado de los Jardines y la cueva fue bautizada por los vecinos como la Cueva de los Muñecos. El motivo es evidente: tras los numerosos expolios sufridos, durante los estudios arqueológicos de la cavidad se hallaron cerca de 2.000 exvotos. No debe de ser un lugar muy frecuentado y su acceso ha de ser conocido.

Dejé la A-4 en la última salida antes del túnel de Despeñaperros, tomé la A-6200 en dirección a la localidad de Aldeaquemada y aparqué la autocaravana en el Collado de los Jardines, donde existe una buena explanada para estacionar.

Cartelería informativa del Parque Natural de Despeñaperros.

En el collado se encuentra una edificación que antiguamente fue un centro de información e interpretación. Desde su parte trasera parte un sendero señalizado: hacia la derecha, en sentido ascendente, se llega al denominado Cerro del Castillo, donde supuestamente existió un pequeño poblado íbero, hoy prácticamente desaparecido; hacia la izquierda se desciende a la cueva a través de un magnífico bosque de encinas, enebros y quejigos, un entorno natural exuberante perteneciente al Parque Natural de Despeñaperros. Tras unos 15 minutos llegué a la cueva. Su ubicación sobre el túnel de Despeñaperros evidencia su estratégica posición geográfica como lugar de paso.

Inesperados compañeros de camino.

Lo que más me llamó la atención fue una enorme roca en el suelo. No sé si fue utilizada con ese fin —no he encontrado información que lo corrobore—, pero constituye un púlpito perfecto para cualquier ceremonia.

Gran losa en forma de púlpito

El lugar fue frecuentado durante el siglo XIX por numerosos coleccionistas, lo que ocasionó una severa explotación que se prolonga incluso hasta nuestros días debido a la falta de protección. Las primeras campañas arqueológicas, dirigidas por Juan Cabré e Ignacio Calvo, se desarrollaron entre 1916 y 1918, entre otros motivos, para salvar el yacimiento de un proyecto que pretendía convertir la zona en una explotación minera. Hoy, cubierto por una verja, aún se observa un pozo de prospección.

Además de un importante muestreo de exvotos, se llevaron a cabo trabajos de prospección para delimitar algunas construcciones simples anexas a la cueva, identificándose una serie de estancias rectangulares. Las siguientes campañas significativas se realizaron entre 1995 y 1999, datándose la secuencia de utilización de la cueva y su entorno. La Cueva de los Muñecos fue utilizada desde el siglo IV a. n. e.; posteriormente se construyó un primer santuario con losas de pizarra y, más tarde, un segundo santuario que resultó arrasado. El lugar religioso continuó en uso durante la romanización, como atestiguan restos de tejas, cerámicas y monedas romanas.


Cueva de la Lobera

Tras subir desde la Cueva de los Muñecos preparé el siguiente destino. Reconozco que pensaba que estaba más cerca; el GPS marcaba más de una hora hasta la Cueva de la Lobera. No me importaba que se hiciera de noche allí, pero al menos quería llegar con tiempo para hacer algunas fotografías.

Aparcamiento donde se inicia el sendero hacia la Cueva de la Lobera.

El aparcamiento para acceder a la cueva se encuentra en las afueras del pueblo de Castellar. Está bien indicado, pero mal conservado: un terreno lleno de baches, con notables pendientes y poco espacio para estacionar. Hasta la cueva hay que recorrer casi un kilómetro por un camino muy agradable. Eran las 17:30 y aún podía hacer mis ansiadas fotografías.

Sin embargo, no fue posible. A pesar de haberme informado previamente, no encontré ninguna referencia a la instalación de una verja protectora, que, por otro lado, considero muy acertada. Las fotografías las tomé desde detrás de la verja; otra vez será. Aun así, como suelo documentarme antes de acudir a los lugares, pisar el territorio sirve para contrastar la información previa.

El enclave es un farallón de unos 300 m de longitud, con una serie de cuevas naturales, siendo la más importante la Cueva de la Lobera. Presenta varias terrazas en su parte frontal que servían para los actos ceremoniales. En esta cueva se han producido importantes hallazgos de exvotos, aunque, al igual que en el caso anterior, ha sufrido una explotación sistemática desde el siglo XIX. Si en el Collado de los Jardines los exvotos fueron conocidos como “muñecos”, en la Cueva de la Lobera se denominaron “mingos”. Se han contabilizado unos 700, por lo que es seguro que originalmente fueron miles los ejemplares depositados, muchos de ellos abandonados durante el Bajo Imperio.

Exvoto hallado en la Cueva de la Lobera. Mueso íbero.

Las primeras campañas arqueológicas no se llevaron a cabo hasta 1960 y fueron dirigidas por Gerard Nicolini, de las que surgieron datos muy interesantes. El lugar fue utilizado desde el siglo IV a. n. e. hasta el siglo I. En cuanto a los exvotos, destaca una mayor presencia de figuras femeninas. Si durante el periodo íbero el material preferido fue el bronce, tras la romanización se elaboraron principalmente en terracota, apareciendo iconografía romana, como Minerva o Venus.

Los trabajos de prospección sacaron a la luz una serie de estancias de adobe tanto en el interior de las cuevas como en el exterior, así como una red de caminos bien marcados que conectaban las distintas terrazas, probablemente relacionados con las ceremonias que allí se celebraban.

Durante unas excavaciones realizadas en 2014 surgió una interesante hipótesis sobre una posible relación astronómica de la Cueva de la Lobera. En su interior existían varias estancias separadas por muros de mampostería; en la parte más oriental de una de estas salas secundarias había una hornacina que recibía la luz solar directamente a través de una abertura en dos atardeceres al año: uno durante el equinoccio de primavera y otro durante el equinoccio de otoño. Esto nos lleva a especular que las ofrendas podían realizarse en fechas concretas del calendario ritual.


Algunas conclusiones.

Tanto el Collado de los Jardines como la Cueva de la Lobera no fueron lugares elegidos al azar; cumplieron diversas funciones:

Control territorial. Ambos enclaves se sitúan en las dos principales vías de acceso al supuesto centro político de los oretanos. Quienes llegaban desde el Mediterráneo oriental pasaban por la Cueva de la Lobera camino de Cástulo, mientras que los procedentes de la Meseta lo hacían muy cerca del Collado de los Jardines. Posteriormente, ambas rutas se convirtieron en importantes calzadas romanas.

Vistas del valle desde cerca de la Cueva de la Lobera

Cohesión social. El territorio oretano tenía unas dimensiones considerables, lo que hacía necesaria la articulación del espacio mediante estos santuarios. Aunque resulta difícil conocer con exactitud lo que allí ocurría debido a la ausencia de fuentes, todo indica que fueron puntos de encuentro entre ciudades relevantes como Cástulo, Cerro de las Cabezas en la Meseta o Libisosa camino del Mediterráneo.

Centro religioso. Es la función más evidente, avalada por el hallazgo masivo de exvotos. Eran lugares de peregrinación y reunión donde se celebraban las distintas festividades de la religiosidad íbera. Por la disposición de los espacios, debieron de ser celebraciones populares, coloridas y, posiblemente, acompañadas de grandes banquetes. En enclaves similares y cercanos, como el Santuario de las Atalayuelas, al sur de Cástulo, se han hallado numerosas vajillas enterradas de cerámica gris, habituales del mundo íbero.

En definitiva, no fueron simples santuarios, sino espacios públicos fundamentales para la articulación política, social, cultural y, probablemente, económica del pueblo íbero de los oretanos.


Fuentes:

Blázquez, J. M. (1990). La religión de los pueblos de la Hispania Prerromana. Zephyrus: Revista de prehistoria y arqueología, Nº 43, pp. 223-233.

Blázquez, J. M., García-Gelabert, M.P. (1992). Secuencia histórica de Cástulo (Linares, Jaén). Estudios de arqueología ibérica y romana: homenaje a Enrique Pla Ballester, pp. 391-396.

Esteban, C., Risquez, C., Rueda, C. (2014). Una hierofanía solar en el santuario ibérico de Castellar (Jaén). Archivo español de arqueología, vol. 87, pp. 91-107.

Grau, I., Rueda, C. (2018). La religión en las sociedades iberas: una visión panorámica. Revista de historiografía (RevHisto), Nº 18, pp. 47-72.

Luque, A. (2018). Aproximación al espacio religioso del Ibérico Pleno y Tardío en el Alto Guadalquivir. Arqueología y Territorio, nº 15, pp. 57-70.

Rueda, C., Gutiérrez, L. M., Bellón J. P. (2003). Collado de Los Jardines: nuevas propuestas para la caracterización de su proceso histórico. Arqueología y territorio medieval, Nº 10, pp. 9-29.


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