Valle glacial por el que atraviesa el río Storelvi

2025: Año Internacional de los Glaciares

Un divulgador de la prehistoria, al acercarse a un glaciar, no puede evitar una cierta conexión con el pasado. Durante el conocido como Último Máximo Glacial, hace unos 22.000 años, se calcula que en el norte de Europa el descenso medio de la temperatura estuvo entre los 15 y los 23 ºC. Si hoy la media anual en la zona de Oslo es de 5,9 ºC, en aquellos momentos debía rondar los –15 ºC. Entre otras curiosidades, por el océano Atlántico los icebergs pasaban frente a la costa de Portugal, o los residentes de la actual Cueva de Nerja (Málaga) comían pingüinos.

Este lugar fue declarado el mejor paisaje de hielo de Europa (1994)

El manto de hielo perpetuo al que pretendía llegar ese día ocupa el lugar del antiguo casquete conocido geológicamente como Fennoscandiano, que en aquel periodo descendía hasta el sur de las Islas Británicas y la actual ciudad de Berlín, mientras su máximo espesor alcanzaba unos 2.000 m al norte del mar Báltico. Con estos datos podemos imaginar el panorama del resto de Europa: en la península ibérica, al norte del Ebro, había glaciares que descendían hasta los 300 m s. n. m. Nuestros antepasados sobrevivieron a esta época buscando alimento sobre grandes masas de hielo, con técnicas de caza que los habían convertido en el punto más alto de la cadena trófica.

Este año 2025 ha sido proclamado por la UNESCO como Año Internacional de la Conservación de los Glaciares y, a partir de ahora, cada 21 de marzo se celebrará el Día Internacional de los Glaciares, una campaña destinada a fomentar su protección.

En la última década, el deshielo se ha acelerado de forma exponencial, poniendo en peligro la supervivencia de muchos glaciares en todo el mundo. Durante este siglo XXI seremos testigos de una evaporación continua, especialmente de aquellos situados en zonas más meridionales. En el caso de la península ibérica, todavía se conservan restos de unos 19 glaciares en los Pirineos, que quizá nos toque despedir en los próximos años.


Primera aproximación al Jostedalsbreen

Como comentaba antes, desde el parking de Tungestølen se ven dos posibles aproximaciones al Jostedalsbreen. La primera, hacia el noroeste, no tiene pérdida, ya que el glaciar se mantiene siempre a la vista. Tras informarnos previamente descartamos esa ruta: al final del recorrido el desnivel es muy importante, existen varias zonas donde es necesario utilizar las manos, e incluso recomiendan ir equipados con mosquetón y línea de vida.

Como la gran mayoría de gente que llega hasta allí, elegimos la ruta que se dirige hacia el norte. Aunque no esté señalizado, el camino no tiene pérdida: tras cruzar el puente hacia el refugio de montaña, veremos una senda que parte a la derecha y sigue el curso del río por la izquierda. Son casi 7 km de ida y otros tantos de vuelta, con un desnivel de unos 200 m. Un camino cómodo por un auténtico paraíso, además a finales de julio la afluencia de gente no es muy grande. Tras una rampa final de unos 200 m te encuentras frente a frente con la espectacular lengua del glaciar.

En la zona de ablación

Es fácil bajar a la zona de ablación, donde el hielo se funde para alimentar el río Storelvi. La zona de morrenas con mucha tierra suelta evidencia claramente el retroceso constante de esta lengua del Jostedalsbreen. Permanecimos un par de horas admirando aquel abrumador paisaje y haciendo las fotografías de rigor. Justo al volvernos, saqué mi monocular de la mochila y, al girarme para contemplar la parte alta del glaciar, vi claramente una cordada. Despertó mis ganas de regresar algún día con un nuevo objetivo.


Nigardsbreen, una de las lenguas más visitadas

Tras unos días de ruta más al norte, llegó la hora de ir descendiendo hacia casa. Reconozco que suelo evitar los lugares más “turísticos”, ya que pienso que pierden parte de su encanto, especialmente en los meses de temporada alta. Por eso había descartado inicialmente visitar lenguas como Briksdalsbreen o Nigardsbreen. Pero tampoco me cuesta mucho cambiar de planes y de ruta.

Subiendo a Nigardsbreen

Tras dos días de lluvia incesante, a la hora de comer paramos en el pequeño puerto de Fjaerland, un lugar muy cercano al Museo Noruego de los Glaciares, muy recomendable, especialmente si se viaja con niños. Desde este precioso lugar se observa al fondo del valle la lengua de Bøyabreen, que habíamos visitado en 2019 rodeados de cientos de turistas procedentes de los cruceros de la zona. Al estar tan cerca del mar, suele estar muy concurrida. Aquella visión me despertó el “gusanillo” de volver a acercarme a una lengua glaciar. En una rápida consulta vi que Nigardsbreen no estaba muy lejos (unas dos horas) y no me desviaba mucho de la ruta. La lluvia, fina en aquel momento, podía ser la causa de que no estuviera demasiado concurrido.

Efectivamente, al llegar, el parking no estaba lleno, aunque tampoco vacío. A pesar de las inclemencias meteorológicas, nos encontramos por el camino con más gente que en nuestra primera aproximación.

Desde el parking hay dos opciones para llegar a la base del glaciar. Al estar junto al lago glacial formado por el deshielo, hay una serie de pequeños barcos que acercan a los visitantes; el coste ronda los 16 € ida y vuelta. La otra opción es un sendero perfectamente marcado. Como los barcos estaban parados, la decisión fue sencilla, además justo en ese momento dejó de llover. La distancia del sendero es de unos 3 km, pero resultan bastante duros por el continuo subir y bajar sobre las grandes piedras que el retroceso del glaciar ha dejado. Es especialmente peligroso en días de lluvia, con riesgo notable de resbalones. Ese día, con todo tan mojado, tardamos una hora en llegar a la base.

Fue un momento difícil de olvidar: no debíamos superar los 5 º C, con un fuerte viento que, además del agua, traía minúsculas partículas del glaciar que rápidamente emblanquecieron mi cortaviento gris oscuro.

La experiencia nos sirvió para recordar la fuerza que todavía atesora la naturaleza en lugares como estos. En el camino de vuelta, por el mismo sendero, la lluvia arreció hasta llegar de nuevo a la autocaravana, sumando una nueva aventura en nuestro aprendizaje del entorno natural que nos rodea.

Debido a las condiciones climáticas decidimos no acércanos más

Algunos consejos para autocaravanistas

Accesos a los estacionamientos

Tungestølen. Desde la localidad de Hafslo, donde comienza la carretera de acceso, hasta el parking hay unos 37 km, los seis últimos sin asfaltar pero con buen firme. Con la autocaravana el trayecto se hace largo: en la mayor parte del recorrido hay un solo carril con los típicos apartaderos, incluidos varios túneles estrechos donde hay que armarse de paciencia. Suele haber bastante tráfico debido a las diferentes localidades del entorno. Aun así, vale la pena el esfuerzo.

Nigardsbreen. Mucho más sencillo que el anterior. Desde Gaupne hasta Mjolver, punto de inicio de la pista hacia el parking, la carretera es buena y de doble carril. Los 3 km desde Mjolver hasta el estacionamiento transcurren por una pista asfaltada de un solo carril, con varios apartaderos y buena visibilidad.


Dos lugares para dormir

Recordemos que en Noruega se permite la acampada libre siempre que estés a más de 150 m de un lugar habitado y el terreno no sea privado. Como siempre, seamos cívicos y dejemos los lugares tal y como los encontramos.

Cerca de ambas lenguas del Jostedalsbreen hay muchos sitios para pernoctar: campings, áreas de autocaravana y numerosos lugares por libre. A estas alturas todos sabemos utilizar aplicaciones como Park4night, por lo que lo importante de estos consejos son las sensaciones.

Parking Tungestølen. Suelo dormir siempre por libre, y este es uno de esos lugares difíciles de olvidar: mires hacia donde mires, la naturaleza se desborda. Hay espacio para cientos de vehículos y, a finales de julio, no éramos más de una docena. Hay servicios públicos abiertos 24 h. El coste de la pernocta es de unos 12 €. Es un lugar reconfortante, especialmente para quienes conocemos las dificultades que hoy en día empezamos a encontrar con la autocaravana en otras latitudes.

Puerto de Fjaerland. Solo hay unas 8 o 10 plazas, así que no conviene llegar a última hora, especialmente en temporada alta. Es un parking sin prohibición para pernoctar, directamente en el pequeño puerto de un bucólico pueblo. Las vistas al fiordo y al cercano glaciar son impresionantes. En el pueblo hay numerosas librerías de segunda mano, con ejemplares en varios idiomas, algunos restaurantes y la típica sauna pública sobre las aguas del fiordo.


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